martes, 26 de abril de 2011

Internas sensaciones

A las 5:00 am. ya hay voces.
En el dormitorio donde abundan las camas de cemento, soporte de colchones mal olientes, aparecen los consejeros; Elías, el principal de ellos, despierta a los infantes con las frases de siempre: "ya es hora, despiértense y a lavarse los dientes".
En Jineseki, hogar temporal de aquellos considerados como niños de calle, no solo se acumulan pequeños de entre 11 y 18 años, se aglutinan memorias de rechazo, gritos sin consejo y golpes infundados.
A las 6:00 am. sus manos ya huelen a jabón asequible, sus dientes a crema dental colectiva; esas manos de textura cartón, despiertan aferradas a un cilindro delgado de madera que raspa y hace polvo, pero limpia.
Otras manos dejan el olor a jabón en pastilla y adquieren otro, a petróleo, líquido que humedece el trapeador de proporciones industriales, que también limpia.
A las 7:00 am. se sirve  el desayuno, media hora antes es ya un anhelo que se agudiza entre el polvo y el zoquete de las plantas recién regadas, entre las escoba y el trapeador, que limpian.
Cuando huele a tortilla de maíz guisada con huevo y la gruesa voz de Elías los invita al festín del comedor de las cuatro mesas largas, el semblante les cambia.
Ellos saben contar, consideran siete faltantes; en el comedor hay siete lugares sin usar, siete platos limpios y algunas conciencias sucias. Eran 49 rescatados, de momento solo comen, estudian y se internan a 42, que también limpian.
La alarma que suena a las 7:30 am. los esparce, según sus edades, se dirigen a su nivel educativo; los secundarianos salen del predio y los de primaria se quedan a cubrir algo más que clases de salón.
El recreo es de una hora, suficiente para descansar, jugar y correr, de los consejeros el mejor momento para decidir.
Quiénes y cuántos entrarán al lugar de metro y metro es algo que se tiene que pensar; el espacio de castigo y aislamiento es para quienes infringen un reglamento interno. Sus dimensiones no tienen color, todo es oscuro; el aroma es fuerte porque el sudor de cinco niños produce efectos, en cuclillas simboliza la posición de descanso, si entran más, ni siquiera eso.
Tal vez por eso Luis Antonio "El frijol", abandonó su casa hogar, al inicio, un resguardo ante el maltrato físico que recibió de sus padres. Los más de dos metros de barda cacariza, gris e imponente no le significó reto; después de cruzarla no regresó.
Fue el último.
Antes de "El frijol", otros  seis niños ya no están.



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